sábado, 4 de febrero de 2012

IN MEMÓRIAM

Desperté en esa maltrecha habitación de hotel, de la que no me dolía su abandono y su precaria higiene sino tu ausencia. Y decir que desperté es inexacto pues en realidad no puedo asegurar que dormí: durante toda la madrugada saturaste mi mente con tus preguntas, con tus afirmaciones, con tus risotadas, con tus honestísimas imprecaciones de siempre. Ahí estuviste, conmigo, a pesar de que ya no pudiste ofrecerme un trago y yo ya no pude echarte mi brazo al hombro para recordarte que más que mi amigo eras mi hermano.

Me senté en la cama y con ese cruel muro ante mí (muro que ya no podía ayudar a delinear tu figura), tuve que enfrentar la aplastante presencia de una mañana de domingo que sólo podía convocar a verte partir dentro de un ataúd. Mañana que hubiera preferido contigo, en aquella tu improvisada terraza, saludando al nuevo sol con botellas de cerveza en las manos y nuestro desaliño cómplice. Mañana que hubiera preferido como celebración de nuestra modorra y no como fría sentencia de que con tu muerte también yo comencé a morir, pero más patética y lentamente. Mañana que hubiera preferido con una de tus socarronas maledicencias y no con esas mis lágrimas que caían hasta el piso.

Me asomé a la ventana y encaré esa calle y esa plazoleta plenas de tianguis y bullicio matutinos. Entonces tu irremediable silencio se recortó perfecto en el aire y entendí que esa caótica ciudad ya no podía ser nuestra. Ya no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario