
Nunca he sido el iconoclasta perfecto. Tengo mis devociones. Tengo mis héroes mayores y menores, vivos o muertos, escritores o músicos, afines u opuestos entre ellos, a manera de un panteón celestial: Franz Kafka, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, John Lennon, Janis Joplin, Syd Barrett, José Agustín, Kurt Cobain, Carlos Monsiváis... Ni modo.
Hoy murió Carlos Monsiváis. A pesar de las contradicciones o limitaciones de discurso que en él pudieron existir (como cuando despotricó contra el festival de Avándaro o cuando defendió al bloque comunista europeo en las páginas de
Proceso), es uno de mis héroes mayores. Lo fue desde que a mis 14 ó 15 años, leí aquel apartado que escribió para el tomo 2 de la
Historia General de México (obra publicada por el ColMéx): "Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX". Intuí en el discurso de Monsiváis, desde entonces, una especie de vientecillo que no se cansaba de despeinar los puntos de vista cómodos, autocomplacientes, que siempre han abundado en la política y en las culturas "alta" y "baja" de México.
Mi discurso estará siempre en deuda con lo que
Días de guardar,
Amor perdido y
Los rituales del caos le aportaron en algún momento (nunca pude regresar a la apreciación ingenua de un fenómeno "popular" o "de masas" después de leer dichos libros). En gran estima siempre tendré esa gran antología de la crónica mexicana que fue
A ustedes les consta y el agudo ingenio y humor negro que impregnan los cuentos-aforismos de
Nuevo Catecismo para Indios Remisos. La cruzada de la jerarquía católica mexicana en pos de acotar el Estado laico, ha perdido a uno de sus mayores críticos. Se acabaron los brindis bohemios: el gratificante ejercicio de pitorrearse de las nuevas estupideces proferidas por un político, un obispo o un comunicador descerebrado.
La muerte de Carlos Monsiváis es la tercera de un héroe mayor que me toca presenciar. Ya antes tuve que digerir las muertes de Kurt Cobain y Syd Barrett. Y algo en la digestión de estas muertes me advierte que ponga mis barbas a remojar...